Llevamos una mala racha sobre la
utilización de los datos económicos por parte de nuestras autoridades. Si
primero se negaba que los salarios estuvieran bajando (en términos nominales lo
hacen desde finales de 2012; en términos reales desde mucho antes), después se
afirmó, también en sede parlamentaria, que no se estaba destruyendo empleo este
año (en los últimos 12 meses, casi 500.000, y más de 130 mil en los tres
primeros trimestres de 2013). Y esta misma semana el presidente del gobierno ha
afirmado, en una entrevista
concedida a El País, que “no hay en este momento unos indicadores precisos
ni en España ni en Europa sobre los datos de desigualdad”. Además, ante la
insistencia en la pregunta de los periodistas, da a entender claramente que no
le parece que se esté produciendo una mayor desigualdad ni que sean necesarias
medidas específicas para corregirla. No alcanzo bien a entender por qué se
trata de ocultar estos datos que, por otro lado, son fácilmente accesibles (mis
alumnos de primer curso acaban de hacer una práctica con ellos para responder a
la pregunta “¿cuál es el país más desigual de Europa?”). Quizá obedezca a los
mismos motivos que llevan a utilizar un “lenguaje de madera” lleno de
eufemismos para ocultar las medidas que se están aplicando. Sin ningún éxito,
claro, porque la población percibe y sufre las consecuencias de esas mismas
medidas (Juan José Millás ha retratado con inteligencia y un punto de humor estos
intentos de ocultar la realidad mediante la manipulación de las palabras aquí
y aquí).
Pues bien, veamos qué dicen los datos (todos están tomados de Eurostat).
El indicador más utilizado para
medir la distribución personal de la renta es el índice de Gini, que toma
valores entre 0 (reparto completamente equitativo) y 100 (máxima desigualdad). En
el conjunto de la UE, tomaba un valor de 31 en 2008, y de 32 en España. En
2012, sin embargo, este indicador de desigualdad se había mantenido constante
en el caso de la UE, pero se había elevado hasta 35 en España, que sólo era
superada por Letonia.
Un segundo indicador es el
cociente entre el peso en la renta del 20% de hogares más ricos, por un lado, y
el 20% más pobre, por otro. Comparando nuevamente con la media de la UE, vemos
que en 2008 la cifra media era de 5, mientras que para España se elevaba hasta
5.7. Pero es que, desde entonces, sólo se ha incrementado en una décima en el
conjunto, mientras que en España ha pasado a ser de 7.2, la más alta de los 28
países. Somos también el país en que más se ha incrementado este cociente
durante los años de crisis.
El presidente del gobierno afirma
también que la mejor forma de eliminar estas situaciones es la creación de
empleo. No le falta parte de razón, pero si bien la creación de empleo puede
ser en gran medida una condición necesaria, no es en absoluto una condición
suficiente: cada vez es también mayor el número de “trabajadores pobres”:
personas con un puesto de trabajo pero con unos ingresos insuficientes para
mantener unas condiciones de vida dignas. No se trata sólo de crear empleo,
sino de empleos “decentes”, con unas retribuciones y condiciones laborales adecuadas.
La estrategia de creación empleo que está detrás de la reforma laboral y la
política de devaluación salarial, sin embargo, hace presagiar que cuando el
empleo se recupere, sea en realidad empleo precario (la inmensa mayoría de los
contratos que se hacen son temporales) y mal pagado.
También aquí podemos ofrecer
algún dato que ilustra los cambios producidos en la distribución funcional de
la renta (el reparto de la renta nacional entre excedente bruto de explotación
de las empresas, remuneración de los asalariados e impuestos sobre los
productos –indirectos, no impuestos directos sobre la renta o el patrimonio,
por ejemplo-). Si en 2008 la remuneración de los asalariados era el 49.4% del
PIB nacional, en los tres primeros trimestres de 2013 este porcentaje se ha reducido
hasta el 45.5%. Téngase en cuenta, además, que en esta cifra de las rentas
salariales hay también grandes diferencias, por lo que la situación de los trabajadores
peor pagados se ha deteriorado aún más.
En este último caso es preciso
señalar que esta tendencia a la reducción del peso de los salarios en la renta
tiene largo alcance, y viene produciéndose con carácter bastante generalizado
en los países europeos (también en España) desde la década de los ochenta del
siglo pasado. Para muchos economistas, esta es de hecho una de las causas
fundamentales del crecimiento de la deuda de los hogares que se registró antes
de la crisis, y por tanto del estancamiento actual. Por ejemplo, J.P. Fitoussi y
J. Stiglitz escriben que “la deficiencia de demanda agregada precedió a la
crisis financiera y se debió a cambios estructurales en la distribución de la
renta”. Y continúan afirmando que, a través de distintos canales como la menor
propensión al consumo de los hogares con mayor nivel de ingreso, “esta
tendencia a largo plazo en la distribución de la renta habría tenido por sí
misma el efecto macroeconómico de deprimir la demanda agregada”, que el
endeudamiento sólo aplazó mientras fue sostenible. Las “soluciones” a la crisis
que se están aplicando, por tanto, estarían en realidad agravando una de sus causas
más importantes.
Por tanto, ni puede afirmarse que
no existen indicadores suficientes para observar lo que está ocurriendo con la
desigualdad, ni podemos ocultar lo que estos datos nos muestran: que,
efectivamente, cuando la crisis termina estaremos en una sociedad más desigual,
en gran medida por las propias medidas que se están adoptando. Y no hemos tenido
en cuenta que los recortes que se están produciendo en los servicios sociales
básicos afectan a todos, pero más a los que precisamente necesitan más
protección.
A algunos no nos satisface esta situación; aunque otras personas afirman que la desigualdad no es importante mientras que la situación de los más desfavorecidos -por ejemplo, los parados- mejore. Sin duda, un buen tema para debatir, de gran calado.
Si te
interesa seguir leyendo sobre esto te recomiendo los artículos breves de Antón
Costas, Rafael
Muñoz de Bustillo y Pau
Marí-Klose, o, con más extensión, los informes de Cáritas (“El aumento de
la fractura social en una sociedad vulnerable que se empobrece”), el Consejo Económico y
Social o la Fundación
Alternativas. Y, por supuesto, el libro, interesantísimo y delicioso, por cómo está tratado, de Branco Milanovic titulado "Los que tienen y los que no tienen" (Alianza Editorial).